Wednesday 14 January 2009

El Mito Inglés.




Si Inglaterra fuera un poco más mitológica, estaría en la misma categoría que el Monte Olimpo, las Mil y Una Noches y la Odisea. Y no me refiero a los cuentos y leyendas de su folclor, sino a la idea que muchos extranjeros tenemos sobre esta tierra. La primera que me viene a la mente es pensar en Inglaterra y en Europa cómo lugares casi sinónimos y fácilmente intercambiables. Si bien es cierto que geográficamente la tierra de Shakespeare pertenece a Europa, el inglés común no comparte esta visión. Ni se considera europeo, ni piensa (con razón o sin ella) que su cultura sea equiparable a la del “continente”, cómo llama a esa gran masa de tierra al otro lado del canal de la Mancha. El único beneficio que la mayoría de los británicos encuentran en la inclusión de Gran Bretaña en la Unión Europea, es el poder viajar sin tener que hacer tantos trámites. Pero en líneas generales, el pueblo llano ve esta alianza política con desconfianza y hasta resentimiento, y por ello no es raro leer en los periódicos sobre la “tiranía” o “dictadura” de Bruselas, donde un grupo de extranjeros pretenden imponer sus opiniones sobre el pueblo inglés.

El segundo mito es la idea de que éste es, y siempre ha sido, un país rico. Es posible que la Inglaterra del siglo 21 de crédito a dicha percepción, particularmente si uno viene de un país en vías de desarrollo y está acostumbrado ha encontrar perros callejeros, niños de la calle y mendigos en las esquinas. De la lista anterior, lo único que he visto hasta ahora han sido un par de mendigos. Ahora, el que no haya miseria, no quiere decir que no hay pobreza. Sólo hay que ir a las tiendas de segunda mano y de caridad, para ver que siempre tienen clientela. Algunas comodidades que mucha gente -pobre, clase media, ni hablar de los ricos- da por sentadas, son de reciente data en Inglaterra. Hasta unos 10 años después de la Segunda Guerra Mundial (es decir, unos 50 años atrás), la mayoría de las casas de la gente común, o no tenían sanitarios y compartían una letrina común con los vecinos, o tenían el lujo del “water clock,” pero no el de la bañera integral, así que los baños se daban en una tinas portátil de latón, en la cocina en el verano y en la sala, frente a la chimenea, en el invierno. Hasta bien entrado los setenta, lo normal era alquilar la lavadora, el televisor y hasta la tostadora y un carro propio era algo que pocos tenían, por lo cual no es raro encontrar personas adultas que jamás aprendieron a manejar.

Basta con leer a Dickens, para entender que incluso en la época del gran imperio y la revolución industrial, el británico promedio era pobre, con madres abandonando a sus hijos recién nacidos, literalmente, en la calle por falte de medios para mantenerlos y niños, desde los 5 años en adelante, trabajando 14 horas diarias en las minas, en los campos, en las fábricas y en las chimeneas. La clase media de la época, si bien es cierto que estaba en mejores condiciones, sería considerada humilde hoy en día. Un vestido nuevo, dos veces por año, era una extravagancia; la gente sólo encendía más de una vela si tenía visitas, para que no fueran a creer que eran pobres de solemnidad. Los periódicos eran tan caros que se alquilaban y rodaban de casa en casa, hasta llegar, con semanas de atraso, a las villas rurales. Lo mismo ocurría con los libros, lo que dio origen a las bibliotecas públicas. De hecho, un libro era un artículo de tanto lujo, que los realmente pudientes (la pequeña minoría que siempre ha existido, únicos beneficiarios de las riquezas del país), tenían bibliotecas privadas, con su bibliotecario particular, no sólo por cuestión de educación y amor a la literatura, si no por el status que los libros otorgaban. Así que un libro encuadernado era considerado cómo la versión victoriana del BMW. Comparado con el boato de Francia, Alemania y Rusia, los ricos ingleses eran una especie de parientes pobres de las aristocracias Europea. Si comparamos Versalles con, por ejemplo, Hampton Court, veremos que a los reyes ingleses, o les faltaba barroquismo, o no les alcanzaba el dinero.

El tercer mito es una mezcla de ideas que podríamos etiquetar cómo “culturales”. Empecemos con Shakespeare. Hoy en día, incluso para algunos británicos, hablar del Bardo es hablar de lenguaje exquisito; entrar en una aguda conversación intelectual sobre la genialidad de este escritor sin (o por lo menos con muy pocos) par; es vestirse de gala y sentarse en un teatro, en silencio; es decir, de manera indirecta, que uno ha recibido una educación esmerada, de la más alta calidad. Todo lo anterior tiene su grado de veracidad. Lo que muy pocos saben es que, para la época, Shakespeare era el equivalente del escritor de telenovelas moderno. Un Julio Cesar Mármol, mezclado tal vez con Christian Meier, porque el William también fungió de actor. La mayoría de los teatros Isabelinos se encontraban en la zona “roja” de Londres y el público que asistía a ellos incluía prostitutas, taberneros y soldados de oficio, que vociferaban a todo pulmón sus opiniones durante la función. La profesión de escritor de teatro/actor tenía tanto prestigio (sin ánimos de ofender) cómo la de, digamos, barbero, carnicero, y mariachi de tercera categoría.

Con esto no pretendo desmerecer la obra de Shakespeare. Al contrario. A mis ojos el hombre es un semi-dios y está en el altar de mis ídolos personales. Mi intención es ilustra como el tiempo y la ignorancia le dan un cariz particular a una persona o un pueblo que poco tiene que ver con la realidad. Cómo, por ejemplo, la impresión que muchos tenemos de que el inglés de a pie, después de tomar su té con el meñique alzado, se calza un par de pantuflas, enciende una pipa y después de escuchar las noticias de la BBC, se entretiene viendo la versión televisiva de Oliviero Twist. Estoy segura de que muchos británicos los hacen y no hay quien le gane a la BBC a la hora de hacer un drama de histórico. Pero una gran cantidad de ingleses beben cerveza en pubs; ven el Gran Hermano o una pésima novela llamada Coronation Street, donde la gente lo que hace es ir al abasto y después, (¿a dónde más) al pub; dejan los estudios formales a los 16; son seguidores del culto a la celebridad; y ven las noticias sólo para enterarse sobre el estado del tiempo. Excepto por mi suegra, no conozco a nadie que tomé el té en hojas, ni que lo sirva en lo que los inglesas llaman tazas de “verdad”; es decir, tazas tengan una base mas estrecha que el cuerpo. Todas mis amigas usan el té de bolsita y lo sirven en gigantescos tazones cilíndricos. Los famosos bocadillos de pepinillo han dado paso ha galletas compradas en el supermercado y el ritual de las cinco de la tarde se lleva a cabo cuando hay tiempo, no cuando repican cinco veces las campanas del Big Ben. Quizás las damas y caballeros de alta cuna todavía respetan la tradición inglesa del té, pero cómo todavía no conozco ni siquiera aún “Sir”, nos les sabría decir, aunque yo apostaría más por los viejitos, más aferrados al pesado y con mayor disponibilidad de tiempo, para pasar una hora haciendo lo que a los demás nos toma diez minutos: beber y engullir.

(continuará)

3 comments:

  1. Bueno, si los británicos en tiempos pasados no eran ricos, entonces no quiero imaginar siquiera cuán rica es la corona inglesa. De mis viajes por China e India, la única historia recurrente de cuanto lugar turístico uno visita es la de cómo los británicos saquearon a más no poder todo lo que encontraron a su paso: desde el viejo palacio de verano en Beijing (llamado en su tiempo "el Versalles del este" y que tenía colecciones de objetos en oro y metales preciosos a más no poder) al que dejaron literalmente en ruinas (hasta las columnas se llevaron) hasta el Taj Mahal en India (hasta me mostraron las secciones dañadas adonde las tropas británicas rataron de sacar las piedras preciosas incrustadas en el mármol, por no hablar de las puertas de oro macizo que desaparecieron en un santiamén), la historia se repite una y otra vez. Basta con ver el museo británico en Londres para tener una idea de los extremos a los que llegó dicho saqueo. Adónde fue a parar todo ese dinero?

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  2. Osea los ingleses vendrian hacer como los argetinos aqui en america!...solo eelloss y verdad todo el botin donde fue a parar?...por ultimo los viejitos por lo menos se entretienen con el ritual del té

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  3. Bueno es la misma historia de siempre, no? La riqueza siempre se queda en las cupulas del poder y con suerte, cae en gotitas a las grandes masas. Si no me equivovo,Leo, ese dinero no se quedo tanto con la Reina Victoria (que su buena tajada se llevo de todas maneras) si no con los accionsitas principales de la East-Indian Company.

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