Tuesday 29 June 2010

El Barbero


Hace poco leí el siguiente cuento en Facebook que va más o menos así: “un hombre va a
donde un barbero y ambos comienzan a charlar. La conversación da un giro hacia la religión y Dios y el barbero dice que no cree que Dios exista, porque si no habría tantos crimines, ni pobreza, ni niños de la calle. El hombre le pide al barbero que se asome con el un momento a la puerta y le señala a un grupo de indigentes con los cabellos largos y sucios. Según tú, entonces, dice el hombre, los barberos no existen, porque de lo contrario estos hombres tendrían el cabello corto. Pero eso es ridículo, dice el barbero, yo existo; no es mi culpa que la gente no me busque.” La moraleja del cuento es que Dios existe, solo que la gente no lo busca… ¿o lo es?

Vamos a desglosar el cuento por un momento. El barbero dice no creer en Dios porque la injusticia y la miseria existen. Pero según el cuento, la culpa no es de Dios, si no de la gente (los niños de la calle, las victimas de los crímenes) que no los buscan. Luego tenemos al uso de los indigentes, que tienen el cabello largo porque no buscan al barbero (Dios). Excepto que si esta gente es indigente, pues ni que buscaran al barbero, porque probablemente no tendrían dinero para pagar el corte de cabello. (Habría que preguntarse porque los “indigentes” no buscan al barbero –quizás los han convencido que el barbero no los va recibir por su condición o exigirá un precio muy alto por el “corte de cabello”). No estoy seguro cómo queda Dios en esta parábola, pero a primera vista, no muy bien. A menos que algo más sucediera. ¿Qué tal si Dios actuara a través del amor que existe en todos nosotros y el barbero, al ver a los indigentes, se abriera a la inspiración y, dejando de lado sus intereses personales, invitar a los indigentes a su barbería y les cortara el cabello, no tanto para probar su propia existencia/importancia, si no como un acto de amor y caridad hacia aquellos en circunstancias difíciles?

Que tal si en vez de buscar probar la existencia de la Divinidad en parábolas rencauchadas desde gringolandia, nos detuviéramos a tender la mano al chico de la calle, a ofrecer consuelo a la victima, a encontrar la manera de evitar que nuevas generaciones se lancen al mundo del crimen, a buscar la justicia, legal y social, a practicar el perdón, el amor y la caridad, no para probar nada, no para comprar tickets al cielo o evitar al infierno, ni probar que mi dios es mejor que el tuyo, o para complacer a salvadores y mesías, si no hacerlo simplemente porque somos humanos; porque estamos juntos en esta historia; porque muchas veces la diferencia entre “esos” y “nosotros” son las circunstancias y la manera en que se nos ha enseñado a enfrentarlas; porque no somos mejor que nadie, solo mas afortunados; porque amar se aprende amando y donde no hay amor no puede haber Dios.

Santa Teresa dijo algo que para mi es clave: “Dios no tiene mas manos que las tuyas”. Si quieres probar su existencia a los que no creen, vive en el y para el amor. Antes que Jesús apareciera, al Rabino Hillel alguien le dijo que se convertiría al judaísmo si este le explicaba la Biblia hebrea (La Tora) mientras se sostenía en un solo pie. Hillel levantó una pierna y dijo “Ama a Dios y ama a los demás como a ti mismo. En eso radica todas las leyes y profecías. Lo demás es comentario”. Quinientos años antes de la era cristiana, el Tao, Buda y Confucio ya habían enseñado la regla de oro: no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan ti. Jesús fue muy claro cuando dijo que todo el bien que le haces a otra persona, se lo estas haciendo a él –igual que el mal, ya sea en acción u omisión. Y en esta época, el arzobispo Desmond Tutu de Suráfrica resume todo a “Eres un hijo de Dios y Dios no tiene favoritos; él te ama at i y a tus enemigos.” Sinceramente creo que a la Divinidad le importa tres cominos que crean en ella o no. Pero si le debe doler que por miedo, prejuicio o indolencia no tendamos la mano al otro y nos esforcemos, juntos, para hacer de esta vida el reinado del Amor.

Thursday 10 June 2010

SEPTEMIO (cuento)


















I

negrura


Navego vendada en lago de oscuridad,
adivinando por fe la luz de las estrellas.


II

amor

Desde las selvas precámbricas hasta el café parisino de 1943,
centurias de intenso recorrer tornando a mis sueños en brújula,
intuyéndote en el perfume de una ráfaga inesperada,
en el eco argentino de una lejana canción,
en el brillo acuoso de una mirada tres segundos demasiado larga
--esperando, siempre esperando, que algún día finalmente seas tú.



III

nocturno

Serena, bruma, sombra;
espliego, romero, álamo;
ylang-ylang;
plata;
falda, gitana, panderos;
guitarras, romances, sonatas;
arena, río, gemido, peces;
rocío, seda;
tibio, lirio;
suspiro;
estrella;
piel;
quietud;
ambrosía;
brasas;
alma, paz;
ensueño, amor;
hombre, mujer, mundo, vida;
ocaso, noche, amanecer.
Mañana.
Mía.


IV

íntimo

Se abarcan. Se tocan...
sus dedos entretejiéndose,
sus cuerpos hilvanando un tapiz oriental;
un tantra sagrado de voluptuosa rigidez,
el brillo de la piel goloso, opulento como las carnes,
las caídas, las montañas, los bosques cruzados de salados arroyuelos,
decorados con sombras juguetonas que salpican aquí y allá,
acariciando, dibujando deslizantes el volumen,
el espacio, la unión subyugante,
serpiente azteca sin principio ni fin,
hermosos sacrificios humanos ondulándose sobre el altar,
llanto y risa en una sola faz, león y cordero
cambiando de lugar, una y otra vez,
devorándose a lengüetazos, profundos, obscenos,
urgentes como el sismo pélvico que los hace danzar,
el uno con el otro, el uno sobre el otro, el uno contra el otro,
el uno en el uno, el uno en el todo,
el todo en la reacción física que atiza llamas,
que engendra chispas, que crea súper novas y luego hoyos negros,
el olor a vainilla y fresas viajando en nebulosa por todo el universo.


VI

silencio

Se me cayeron las palabras en el silencio
espeso y empalagoso de la miel rancia
que aún conserva una burla de dulzura
de la flor primaveral que fue fuente de su origen.
Estoy muda de dolor, ensordecida por mis gritos silenciados,
por el aullido inaudible enrroscado en mi garganta enmohecida,
fría como mi vida, destruida como mi suerte,
larga, lenta y triste como mi fin
que no llega, que no aplaca, que no se apiada de mi
y me deja desnuda ante el cristal distorsionado
de tu espantosa mentira, cruel, maligna,
filosa, ardiente, vergüenza silenciosa, cuchillo cazador,
instrumento fiel de la muerte,
verdugo inevitable de mis palabras sepultas,
fantasmas errantes que no llegaron a nacer...


VII

némesis

Hiero con crueldad a los que me hieren.
Con sutil malicia los veo debatirse en la telaraña tejida por mis dedos,
Ariadna sepulcral robando el hilo de las Parcas,
girando la rueca del destino, indiferente ante las gotas de mi sangre
derramadas por el huso, que salpican, con obscuros rubíes,
el fino arte de mi venganza.