Monday 15 November 2010

I beg you pardon?


De un tiempo a esta parte se me ha metido entre ceja y ceja que la famosa liberación femenina no fue más que un plan magistral para someter a las mujeres aun más, hacerlas trabajar doble y colgarle sobre el cuello la piedra de la culpa, por ser incapaces de ser, en la práctica, la súper mujer del cosmos imaginario de la sociedad. Para muestra un botón: esposito y yo estamos actualmente montando juntos una compañía. Todas las mañanas nos sentamos, frente a frente, cada uno con su laptop y comenzamos a trabajar las neuronas para sacar adelante el proyecto. A eso de la 10, la fulgente directora (leáse, yo) se levanta, arregla las camas, barrer el piso y mete ropa a la lavadora. Esposito mientras tanto está enfocado con precisión suiza en los pormenores del sitio web. Regreso a la laptop hasta las 12:30 y luego me levanto a sacar la ropa, hacer el almuerzo y pasar la aspiradora. Esposito sigue con esa mirada de Superman traspasando paredes y yo escribo un par de parrafos, llamo a potenciales clientes y cuando vengo a ver son las tres y hay que buscar a la niña al colegio. Aquí esposito me hace el favor de caminar la cuadra que separa nuestro departamento de la escuela y yo salgo corriendo a darme un baño antes de que llegue la Rebe y exija ser la única estrella en nuestro universo. Con la chiquilla ya en casa, Esposito regresa a la laptop. Es la hora de besitos, cuentos y tareas. A las cinco la Rebe pide su hora de TV (al diablo con los expertos y los peligros de la televisión) y yo termino de finiquitar un par de emails, actualizo el blog, el twitter, preparo la clase del día siguiente, saco la ropa de la secadora, meto la segunda tanda, riego las plantas, cocino el pollo, pelo las papas, hago el arroz, sirvo la comida, juego con la muchacho, la baño, la meto a la cama –y esposito? En la laptop por supuesto, porque mi esposito es un profesional muy dedicado.

A eso de las nueve me siento a ver American Next Top Model porque la vida es demasiado complicado y uno necesita su masaje mental. Entonces Esposito sube esa mirada azul que le gana a los rayos laser cuando quiere ser cortante y con ese tono de profesor universatario me pregunta si en verdad quiero que esta compañía arranque, porque él no cree que yo le esté poniendo suficiente hombro al asunto. Debo aclarar que mi Esposito tiene muchas virtudes, pero, al final, es un hombre, inglés y “civilizado”, pero hombre al fin. Por lo visto sus horas pegado al monitor le han dibujado hadas en las pestañas: esas mismas hadas que limpiaron la casa y lavaron la ropa y prepararon la comida mientras yo me limaba las uñas frente al ordenador. Así que yo le devuelvo la mirada, con la ceja alzada a lo María Félix y un acento británico puro que haría que la mismísima reina me reclamara como la hija perdida que siempre deseó y le digo “I beg you pardon?” Y Esposito, que no es tonto, recuerda las leyes universales de un matrimonio feliz y dice en su machucado castellano, “nada querida” y se sienta a criticar conmigo a las flacuchas con ansias de modelos. Y mientras Tyra habla y Esposito acarica mi mano, no puedo dejar de extrañar mis días de Diosa Doméstica, cuando igual hacía las tareas del hogar, pero me daba tiempo a respirar…

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