K. de Barratt
Y así fue que terminé en el bar,
En busca de la nada,
Tan parecida a la muerte que
Se cuelga a mi alma miedosa,
Cobarde, incapaz de dar el último salto.
El telegrama seguía en mi mano,
Ahora parte de mi piel,
Las palabras tatuadas en mi mente,
Esculpidas con cincel de fuego.
El ha muerto y sin embargo, yo aun respiro.
Qué extraño.
Que increíblemente extraordinaria es la terquedad
De algunos órganos humanos,
Como los pulmones, chupando indiferentes el aire
Rancio y gris a mi alrededor.
O el corazón.
Maldito traidor, egoísta,
Demasiado ocupado en irrigar sangre por mi cuerpo
Para hacer lo esperado y dejar de latir.
Así que sigo aquí,
Ocupando mi espacio designado.
El ha muerto y el mundo gira; el humo aun
Escapa de cigarrillos medio mordidos, medio besados,
Que desafían la gravedad sobre labios medio
Húmedos, medio amargados. Enamorados, quizás.
La novela humana continua, impávida ante su ausencia,
Ahora sí eterna.
Paco alza la mirada, curioso. Y casi se me escapa;
Casi le grito que él ha muerto, que no está, que sus restos
Se han perdido en algún lugar del frente. Pero hay guerra.
Y Paco esta cansado.
De esperanzas huecas y vidas truncadas y ya otra
Ha pintado de lagrimas la barra que él tendrá que limpiar.
Pacientemente. Me ofrece una copa de vino. Tinto y cálido.
Cómo la sangre. Cómo los besos en noches de despedidas.
La tomo lentamente. Mañana habrá otro día. Y luego otro. Y el siguiente.
El ha muerto y alguien ríe al otro lado del bar.
En otros tiempos su vacío habría creado aspavientos.
Pero donde hay guerras, hay viudas.
Regresos que no se dan.
Historias que jamás terminan.
El ha muerto. Y el mundo gira.
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