K. de Barratt
¿Y si un día nos llega el tiempo de amar a las lagartijas?
¿Habrán nuestros corazones sanado lo suficiente
De sus heridas, como para mirar las espinas del
Pasado y ver en las puntas rosas?
Se habrán secado nuestras lágrimas a perlas,
Cuentas luminosas paridas del dolor y el sufrimiento
De calladas ostras, hermanas submarinas de nuestras
Desdichas, de los gritos que nos mordimos, que nos
Ahogamos dentro del alma para que
El tiempo y el perdón los bañaran de nácar,
Y los hicieran collares de experiencias, fotos
Polaroid que se desvanecen con los años y
Se tornan sepia; bruma; sombras y figuras matizadas
De nostalgias, no por el dolor, si no por la inocencia
De aquello que fuimos: niñas perseguidas por
Dragones de afilados dientes, que ahora la vida
Ha reducido a blancas lagartijas, flacas, escurridizas,
Tan chiquitas que da pena aplastarlas; tan débiles
Que sólo inspiran compasión. Entonces es cierto.
El tiempo llegó de amar a las lagartijas,
Porque de las heridas que dejaron
Ha florecido el amor. La paz.
El consuelo, la sabiduría.
Bendita sean, pues, las lagartijas,
Que nos hicieron guerreras peregrinas,
Vencedoras de la suerte
Y discípulas del perdón.
Benditas sean las lagartijas
Que nos tallaron en la mujer de hoy.
Benditas sean las lagartijas
Que en su momento fueron dragón,
Porque de princesa prisionera nos transformaron
En nuestra propia salvación.
Soltémoslas pues, dejémoslas correr
A sus rincones, a sus esquinas enmohecidas.
Que nosotras, las hijas de la luz, caminamos bajo sol.
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