Monday 15 March 2010

Yeah Baby










Lo bueno de llegar a cierta edad es que al descubrir cosas sobre nosotros mismos, nos damos cuenta de que no hay tal descubrimiento; que siempre lo supimos, intuitivamente, allá en el fondo, donde la verdad aguarda, tamborileando los dedos, esperando a que dejemos de buscarla afuera y comencemos a encontrarla adentro.

Yo, por ejemplo, se ahora, mas allá de toda duda o raciocinio, que en otra dimensión fui –o soy- una chica de bar. No de botiquín habanero ni casino mexicano. Mi bar inter-dimensional es puro Blues; lleno de voces negras y teclados de pianos, flotando en la niebla azul de cigarrillos trapecistas que cuelgan artísticamente de las comisuras de labios pulposos, que se estiran, cual gatos, incapaces de evitar la sonrisa cuando las notas golpean las sienes,las muñecas, el tórax y recorren el cuero cabelludo como hormigas de alguna fantasía animada de ayer y hoy. Más que la Michelle Pfeiffer sobre el piano de los Fabulosos Muchachos Baker, soy Jeff Bridges, incapaz de contener los movimientos de sus dedos y cabeza; un Michael Bublé regresando a sus orígenes; una Ella Fitzgerald reinando desde la eternidad;una Nina Simone...ah, una Nina Simone...esa diosa negra de indiferencia egipcia, sentada frente al piano, sintiéndose bien. Oh yeah.

En el Blues se me olvida todo. Me importa un pito defender la lengua castiza y los poemas de Lorca y la grandeza de la cultura latinoamericana, tesoro oculto que algún día el mundo descubrirá. El Blues es mi helado de mantecado, a lo Mafalda. En el Blues no soy madre, ni esposa, ni hija, ni amiga; me importa un comino el gobierno y el destino de la ballena azul.

En el Blues soy toda curvas y mis huesos dejan de ser firmes para hacerse lianas serpentinas, los parpados, doseles de terciopelo, demasiado pesados para mantenerlos totalmente abiertos. Y los labios se me humedecen, borrachos de mi misma, de esa fuente que brota desde el centro y lo arrastra todo: pensamientos, recuerdos, lógica, miedos, pudor. En el Blues me hago sin vergüenza. Oh yeah. Me hago zorra en vestido rojo de esos que hay que coser con uno adentro, y los tacones que jamás usaría en este lado de la realidad, están soldados a mis pies. Y sin embargo…

No quiero más mi piel sobre mi piel que la mía, más roce ajeno que el de las sombras esparcidas por esta soledad acompañada, porque en el Blues soy mi propia amante, o quizás la amante intangible de todos, de cada uno en las mesas, viviendo su éxtasis personal: derramándose, derritiéndose, deshaciéndose en el ritmo hipnotizante que hala desde de adentro, que acaricia, atrae y empuja como en un tango y torna al mundo en arte cubista, todos los lados escalando por los lados, ojos que se besan y orejas que se toman de las manos y no hay nada mas que palpitar, tam, tam, y la vida entera huele a Nueva Orleans y los vasos sanguíneos se hacen cuerdas de bajos y los senos curvas duras de saxofón y todos somos africanos americanos, independientemente de el accidente de nuestro nacimiento, y al final, hay que chasquear los dedos, si baby, hay que chasquear los dedos y fruncir los labios en un beso imaginario y rotar el cuello para hacer de la cabeza una versión sub-realista de caderas, bamboleándose, que barren el aire con la falda alboratada de cabelleras desatadas, oh yeah, oh yeah. Oh.Yeah. Oh yeah baby.

En otro lugar hay cenas que preparar, tareas que revisar, conversaciones que sostener, causas por las que luchar. Aquí, solo estoy yo, baby. Solo yo. Yo.

Y me siento bien.