Tuesday 9 February 2010

Y Nunca Mas la Vio (micro cuento)



Salió veinte minutos después que su esposa. Encontró las llaves aun pegadas a la puerta del auto, la cartera abierta vomitando papeles y labiales y unos pocos metros mas allá, un solitario zapato negro, reflejando el sol en su cuerpo de charol.

Thursday 4 February 2010

EL MUNDO AMARILLO (cuento)









-El mundo amarillo es igual a éste, pero mejor. Mucho mejor.
La muchacha humedeció el pedazo de algodón en alcohol y preguntó.
-¿Cómo “mejor”?
El niño se encogió los hombros.
-Sólo mejor. ¿Y sabe una cosa Srta. Fernández? Cuando me vaya para allá no voy a regresar.
Hizo una pausa y la observó fijamente.
-Nunca más.
Mariana tragó en seco y vistió su voz con la más pura suficiencia catedrática.
-Daniel, no existe un lugar así --dijo, mientras limpiaba con cuidado le herida en la boca del pequeño-- ¿Recuerdas lo que hablamos la otra vez, sobre la realidad y la fantasía?
-¡Pero el mundo amarillo es real maestra!
La miró suplicante y continuó.
-Tiene que serlo. Sólo hay que creer que lo es. Pero creer de verdad. No cómo cuando juegas a los piratas y te imaginas que las ramas son espadas, sino cómo, cómo cuando sabes que algo va a pasar, cómo el día, que se acaba, no importa lo que hagas o inventes, el día se acaba y la noche viene, Srta. Fernández, la noche siempre viene...
-Daniel, por favor.
-...y si crees que el mundo amarillo es real, así de corazón, tan seguro como que la noche viene, entonces un día, cuando lo que sientes aquí adentro es tan grande que duele y no puedes respirar y los ojos se te queman y ya no hay a donde correr y no aguantas más y pides, con fe, Srta. Fernández, con verdadera fe, que se abra la puerta, entonces el mundo amarillo llega hasta a ti y no tienes que volver. Jamás.
Mariana observó al chiquillo sentado sobre el escritorio, los ojos relampagueantes, febriles, el pequeño torso subiendo y bajando, los labios magullados temblando y lo tomó de las manos.
-Por amor de Dios, Daniel ¿de qué me estás hablando?
-Del mundo amarillo, Srta. Fernández, a donde van los que no están.
-¿Te refieres al cielo?
-¡No! -exclamó Daniel con impotencia- Eso es para los muertos. Yo digo los que no están, los que no quieren que los vuelvan a encontrar. Y yo me voy a ir con ellos pronto, muy pronto.
-Daniel...
-¿Y sabe algo Srta. Fernández?
-¿Qué?
-Yo creo que usted se debería ir conmigo.
El dolor, agudo, punzante la extrajo del recuerdo y la regresó al salón de espejos y telas. La modista, aguja en mano, se disculpó y Mariana murmuró algo a penas audible. A las tres semanas de aquella conversación, Daniel Miranda había desaparecido. La policía lo buscó día y noche: revisó bosques, detuvo autos, visitó amigos, vecinos, investigó a vagos y borrachines de profesión, publicó carteles en otras ciudades, encerró a dos sospechosos, infructuosamente. Al mes habían perdido toda esperanza de encontrarlo vivo, a los seis meses los compungidos padres ofrecieron una misa por el descanso de su alma y al año ya no quedaba ni su ausencia. Daniel se convirtió en foto sepia pegada a unos cuantos muros: indiferencia, ayer, olvido en la mente de todos, excepto en la de Mariana.
En cada rostro infantil que veía, en cada día vacío dentro de la ajustada red del pequeño pueblo infernal, en los minutos enrarecidos que se multiplicaban en horas, días, meses, años, recordaba las palabras de Daniel (un mundo igual a éste pero mejor) y al hacerlo evocaba los ojos centenarios del pequeño de ocho años, los moretones, el brazo partido, la forma en que se encogía ante cualquier gesto de cariño.
Mariana lo había sabido. Todos lo habían sabido en realidad, pero la única tonta en pensar que se podía hacer algo al respecto había sido ella. Recordó la vez en que llevó el caso ante el director de la escuela. El hombre la observó con ojos gélidos mientras ella expresaba sus sospechas y luego sonrió paternal, recordándole lo difícil que era educar a un niño en estos tiempos, las ventajas de la disciplina y el hecho de que el padre de Daniel era miembro de la junta directiva, por no mencionar socio ilustre del club social, reconocido benefactor de la comunidad ¿y acaso no era Alejandro Miranda un antiguo amigo de la familia Fernández? Ella debía conocer por cuenta propia la rectitud del caballero y si Danielito tenía uno que otro magullón, ¿no era ese el estado natural de cualquier chiquillo saludable?
-Usted no está entendiendo señor director. No estoy hablando de raspones que se hacen en juegos. Daniel tiene cortadas, marcas en forma de zapato, ¡hasta quemaduras de cigarros! Alguien tuvo que habérselas hecho, alguien tuvo que haberlo lastimado así, torturado así, alguien...
-¿Quién Srta. Fernández?
-Pues señor, yo pienso que... pienso que fue...
-Cuidado con lo que vas a decir Marianita. No vayas a tener que arrepentirte después. Recuerda lo que dice tu mamá: “Piensa primero, habla después”. Muy sabia tu mamá, ¿no crees?
La habitación giró en redondo y sintió cómo se le hundían los bríos en el hueco negro del ayer al comprender que el hombre ante ella no estaba interesado para nada en la suerte de Daniel; que lo sacrificaría en un instante, junto con ella, con tal de continuar jugando golf en las cuidadas praderas del club, recibiendo la tan ansiada invitación a la fiesta anual de Roxina Miranda, reina madre del pequeño enjambre que conformaba la sociedad provinciana a la que ambos pertenecían
-Pues bien, entonces no ha pasado nada. ¿Correcto Mariana?
Mariana suspiró profundamente y asintió.
-Y ya que todo está arreglado -sonrió- ve, relájate, camina por el parque, cómprate algo nuevo. Esta pasantía del liceo te está preocupando demasiado. Y una linda muchacha cómo tú debe ocuparse de cosas más agradables -la tomó del brazo y la condujo hasta la puerta -y no te olvides de saludarme a tu mamá. Quizás la llame hoy. Tenemos tanto tiempo sin hablar, tu mamá y yo.
Mariana se mordió los labios y salió con pasos cansados, la distancia entre el colegio y su casa achicándose cruelmente (la noche siempre viene), los dedos desfasados impidiéndole atinar la llave en la cerradura, la espada sobre su cabeza girando lentamente, una vez más. Trató de sonreír cuando entró a la casa, pero sólo logró una mueca congelada al ver a su madre colgar el teléfono.
-Acabo de hablar con el director -dijo la madre a modo de saludo- Está... ¿cómo decirlo? -chasqueó los dedos- intrigado por tu actitud.
Mariana miró de lado, apretando los dientes, rogando para que el ardor en sus ojos no se transformara en lágrimas
- Nunca dejas de sorprenderme Mariana. ¿Cómo se puede ser
tan idiota a tu edad?
…la resequedad en la garganta no le quebrara la voz…
-A veces creo que en vez de enviarte a la escuela normalista debí buscarte un cupo en una colegio de retrasados mentales.
…no esta vez, por una vez, que pudiera, que pudiera…
-¿Tienes idea del problema en que pudiste habernos envuelto? ¿La tienes? ¡Contéstame!
-Pero mamá...
-¿Pero mamá? ¿Es todo lo que tienes que decir, “pero mamá? ¿Será que los dos escasos dedos de inteligencia que tienes no sirven para otra cosa que para hacer figuritas de plastilina? ¡Mira que meterte con Alejandro Miranda de entre toda la gente!
-Pero es que si vieras a Daniel mamá.
-No tengo que ver a Daniel; sé todo lo que hay que saber de él, todo el mundo lo sabe. Es un dolor de cabeza para sus padres y si Alejandro tiene que castigarlo para que aprenda, pues, bien hecho. La mano dura nunca mató a nadie. Si no, mírate.
Mariana dejó escapar un soplo de ira, la indignidad reinando sobre la precaución.
-¿Cómo puedes decirme eso, mamá? ¿Cómo puedes pararte ahí y declarar que aterrorizar a un chiquillo es algo correcto? ¿En que mente retorcida puede caber semejante monstruosidad?
A pesar de los años de práctica, no logró esquivar la mano a tiempo y cuándo abrió los ojos, después de la descarga de dolor, se encontró en el suelo, al lado de la lámpara rota, tiritando, saboreando la sangre que le bajaba a raudales desde la nariz hasta el mentón.
-Jamás vuelvas a contestarme así -siseó Gladys, cobrando dimensiones colosales sobre su hija- Y apréndete esto de una vez: muchacho no es gente y si hay que doblegar y romper para que salga algo bueno de él se hace y punto, porque esa es la obligación de los padres. No te atrevas a juzgarme, porque tú no tienes la mínima idea de lo que yo he padecido pare tenerte dónde estás. ¡Y no llores! Que se supone que eres una mujer... Mira este desastre. Anda, límpiate antes que llegue tu padre.
Lentamente, Mariana se puso de pie y comenzó a subir la escalera, la voz serpentina de la madre siguiéndola.
-Y pon la camisa a remojar en agua fría, que aquí no ha pasado nada, ¿entendido?...bien...espera...dime ¿prefieres pollo o carne para la cena?
-¿Perdón?
-Es que tengo una nueva receta de pollo guisado que me dieron en la asociación de damas que es una maravilla.
Silencio.
-¿Y entonces?
-Pollo. Pollo está bien.
Un mundo igual pero mejor, había dicho Daniel. Igual pero mejor. Mucho mejor.

****
mariana
Mariana.
¡Mariana!
Mariana pestañeó y enfocó la mirada sobre el rostro impaciente de su madre.
-¿Qué?
-Qué si prefieres las perlas a las flores –replicó con fastidio Gladys.
-¿Perlas?
-Perlas, para la corona. Ay, qué manía la tuya de vivir en la luna. Déjalo así. ¿Qué piensas tú Rodolfo?
El hombre tomó ambos adornos, los miró con detenimiento y decidió.
-Flores. Nada cómo la belleza de la naturaleza para resaltar la juventud. ¿No lo crees querida?
A duras penas, Mariana sonrió. A los dos años de la desaparición de Daniel su vida se había transformado en una montaña rusa y algo le decía que después de la última caída ya no habría regreso.
Rodolfo había entrado a su rutina en algún momento que no podía precisar: una presentación en una reunión, una pieza de baile por compromiso, una conversación banal sobre la coincidencia de que ambos abuelos maternos hubieran asistido a la misma universidad. Una tarde llegó a casa y lo encontró, taza de café en mano, deleitando a sus padres con una frívola historia de sus años en Buenos Aires. Luego vino a almorzar, después a cenar y de repente, una noche cualquiera, la invitó a caminar por el sendero del río, para ver las estrellas. Estuvo a punto de excusarse, pero la expresión de los dos pares de ojos sobre ella inhibió toda protesta.
En cuestión de semanas las visitas se hicieron diarias, el nombre de Rodolfo tema obligado en la mesa, junto con todas sus virtudes, viajes, donaire, encanto, galanura, riquezas. Mariana intentó detener la avalancha, pero fue imposible. Inesperadamente, amigas olvidadas reaparecieron, envueltas en perfumes y sonrisas; las señoras de la iglesia comenzaron a saludarla con edulcorada efusividad, las vecinas deteniéndola en la calle, comentando lo hermoso que sería tener una boda en Mayo. Más de una vez trató de hablar con Rodolfo, de aclarar la situación, pero entre halagos y risas él acallaba sus palabras con un “si querida, ya sé lo que tratas de decir”.
La noche en que él se arrodilló y le presentó la sortija, Mariana sacó su última reserva de fuerza y le dijo, sin preámbulos, que no, que no lo amaba, que no se casaría con él, que se fuera, por favor, y la dejara en paz. Hubo un instante de silencio y luego Rodolfo Andrade, tirano de corazón, se transformó en piedra ante sus ojos, la mano que sujetaba la suya afilándose en garra afilada que se hincó en su piel con saña hasta cortarle la circulación y hacerle entender, finalmente, porque la había elegido a ella. Cuando él volvió a sonreír, con aquella boca de dientes perfectos, diciendo “Tranquila querida, sólo estás algo aturdida, es natural”, Mariana rompió a llorar cómo no lo había hecho antes, paralizada por el miedo en su sangre, y supo, con certeza matemática, que la noche venía, corriendo, galopante, indetenible, para cerrar definitivamente la puerta de la cárcel de terror, en donde siempre había vivido y de la cual ya no había escape posible.
Desde el cristal, Mariana observó las criaturas tras de ella. La madre preguntaba algo al novio sobre la altura del descote, mientras la modista comentaba lo fino del tejido y la ayudanta cambiaba la corona de perlas por una guirnalda de flores. Trató de expandir sus pulmones, pero el traje de encaje blanco se lo impedía. Sintió como se retorcía sobre su piel, arañándola, comprimiéndola cómo una armadura medieval tres tallas demasiado pequeña y de repente las paredes se arquearon sobre ella y un ruido patinó en sus oídos, algo cómo una voz quebrada y creyó ver en los vestidos de tafetanes apilados sobre las sillas los cuerpos amortajados de sus hermanas de historia, susurrando su suerte, su muerte, decretada ahí, ahora, en ese momento, ya.
-No me quiero casar.
-¿Dijiste algo querida?
-No me quiero casar.
-No seas ridícula, niña. Ya todas las invitaciones están enviadas, ¿no es así Rodolfo?
-Claro Gladys. No te preocupes. Mi amorcito sólo tiene un pequeño ataque de nervios, comprensible por demás ¿verdad querida? Quizás no debí venir.
-Por supuesto que sí. Tienes un gusto impecable... algo que por cierto tendrás que enseñar a la pobrecita. Yo hice lo que pude, pero ya sabes cómo es.
-Tranquila, que cuando termine con ella será toda una princesa. Qué digo princesa, ¡una reina! ¿No es así cariño? ¿Cariño? ¿Querida?
Mariana los veía a través del espejo, la vida entera desfilando ante sus ojos, la vida con ese hombre, la vida en ese pueblo, en ese mundo contra el cual casi no tenia fuerzas para luchar.
-Mariana, responde a tu novio, ¡no seas maleducada!
Un mundo seco, de dolor y miedo.
-Estas pálida amor y tiemblas ¿quieres agua, un coñac tal vez?
Y comprendió que era ahora o nunca; sólo había que creer; sólo tenía que creer, que creer.
-¿Te ocurre algo hija? Contéstame....
-Hay un mundo amarillo igual que éste, pero mejor.
-¿Qué?
Mucho mejor.
Empujó a Rodolfo con rabia y corrió, escaleras abajo, velo al viento, volando, rayo blanco en la acera, huyendo, escapando de los gritos tras de ella –tenía que creer, de verdad creer, en el mundo amarillo igual que éste pero mejor—los zapatos saltando frente a la tienda de antigüedades, la cola engarzada en el hidrante de la calle mayor, las sombras a sus espaldas derramándose por la calzada –mucho mejor que éste— la falda desgarrándose al trepar por la reja de la escuela, el sonido de pisadas tras de ella semejante a una marcha de esqueletos, los llamados olas de aire caliente que le cortaban el aliento, los sentidos, reduciéndola al sólo palpitar dominante de su corazón que rebotaba sobre su pecho, su sien, sus ojos, toda ella palpitar, toda ella explosión –mejor que éste, un mundo amarillo– y al chocar contra la puerta cerrada del colegio vio cómo se estrellaba su fugaz esperanza, el infierno en su retaguardia, inevitable, océano infausto a punto de tragársela y se arrojó al pozo albino de su vestido en un último acto de fe, un zarpazo aleteando sus cabellos a medida que caía en la seda y el encaje y la gasa, la oscuridad rozando sus hombros, pintándolos de escarcha, casi, casi alcanzándola, la noche que venía, que invariablemente viene, a punto de clavarse en su alma para siempre –un mundo amarillo igual que éste pero mejor, igual que este pero mejor, igual que este pero mejor—
-¡DANIEL!

Un mundo amarillo igual que éste pero mejor. Mucho mejor.

Abrió los ojos húmedos, aterrorizada. Posó la vista sobre la puerta de vidrio del colegio, esperando verlos detrás de ella. Pero no. Sólo estaba su reflejo. Sólo su reflejo. Sólo ella y nadie más. Giró suavemente sobre su nave blanca, trémula aún y tragó en seco. El jardín se extendía infinito, solitario, la brisa sutil arrastrando algunas hojas sobre una bruma dorada que se enroscaba en los aleros del edifico, alrededor de los árboles que se alzaban en verde esplendor, recortándose sobre un cielo hipnotizante, color durazno fresco.
-Srta. Fernández.
Mariana vio el rostro sonrosado y tuvo que taparse la boca con la mano para no dejar escapar un sollozo, un sollozo contrario a todos los demás, impoluto, purificador, una mano fresca que borraba la fiebre y traía el reposo, la paz.
-No es amarillo Daniel. Es dorado.
Daniel se encogió los hombros, sonriendo. La tomó de la mano y la llevó por la reluciente vereda del mundo amarillo, igual que este pero mejor, a donde van todos los que no están, para no regresar jamás.

Fin

Wednesday 3 February 2010

Guerra (micro cuento)


¿Por qué lloras?
-Porque me dijeron que mi unico chance de escapar era tomar el tren a Podlugovi.
-¿Y?
-Ya no hay trenes a Podlugovi.

Fin (micro cuento)





-¿Escuchaste? Ya reanudaron los trenes hacia Podlugovi!
-Lo se...
-¿Y por qué no te alegras?
-Porque ya no hay Podlugovi